Tiempos verbales

Andrés Trapiello (1953)
Trapiello se incorpora a la secta de los internautas, y lo hace con el paso cambiado. Torpe, como en un desfile de genios, haciendo de cada traspié una declaración de principios. La primera y más evidente es la manifiesta incapacidad de seguir el paso marcado por una escritura que improvisa, como un borrador, a un ritmo en que la vida sólo llega a definirse como boceto. La escritura del blog es una escritura de comienzos, espasmos, efusiones y eyaculaciones, nada que ver con la bruñida palabra de un escritor que escribe como si sembrara, dejando semillas de tiempo en el borde de la página para que su fruto se parezca luego a una vida imaginada. Eso más o menos es el Salón de pasos perdidos; para su autor una vida corregida, para el lector un jardín en el que recrear la propia. La confesión de Trapiello sirve para recordarnos que la literatura se constituye sobre cosas pretéritas, cosas alimentadas por el tiempo, digeridas por él. Imagino que el arte de narrar parte de esa sutileza, de la capacidad para detectar cuándo un hecho está lo suficientemente maduro para ser narrado, y aún sobre él se han de depositar capas y capas de escritura hasta dar con esa forma corregida en la que, de algún modo, se despliega eso que Ricardo Piglia llama la historia invisible de los años. El tiempo del verbo; de eso hablamos, en definitiva, de lo inmediato, que para ser contado se vuelve invisible; de lo invisible, que para perdurar enmudece en una cavilación

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