Hechos comprobados


Imagen de "La invención de Morel", film de Andrés García Franco. México 2006

Utopía y exilio no son conceptos dispares; ambos son el infierno esperado. Esta convicción me asaltó al leer “La invención de Morel”. Tiene razón Bioy —pensé—, nada peor que una vida irreparablemente casual, alejada de la felicidad del anacronismo y de su eternidad repetida. Conservarse en ella es una utopía imposible, pero también una esperanza para el exiliado, un ser que vive sin ley, desobedeciendo puntualmente al Universo…
Saber que algo es imposible nos convierte a veces en animales obstinados, adictos al absurdo. Acertamos tan pocas veces que, al atinar, desdeñamos la novedad. Nuestra vida debería discurrir como una de esas historias que nos ayudan a dormir; siempre la misma, para que al sueño no le entre el miedo de la sorpresa. De eso se trata al fin y al cabo, de vivir entre postergaciones y anacronismos, atrapados en un bucle, sabiendo que nuestra historia conocida jamás dejará de interesarnos. Con esa intención regreso ahora a todo lo que el pasado hizo posible y a todo lo que anunció y dejó postergado en el tiempo infinito de la promesa; tolero incluso esa virtualidad, porque hay cosas que, al no acontecer, dejan de ser fortuitas y se mantienen posibles incluso en la memoria, sin haber conocido la angustia de lo real. También lo repetido se nutre de ese vacío, de libros nunca leídos, de ciudades nunca visitadas, de hechos nunca comprobados que han de permanecer así en nuestra nostalgia, inmunes a lo real.

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