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Al despertarme –esto es: al bajar de la montaña… o del anterior post– la Parca aún estaba
ahí (y también
ahí). El
cuento más breve de la historia es en realidad una novela de terror, y parece que últimamente va ganando lectores. Como algunos de ellos son amigos, les recomendaría que, antes de seguir leyendo, tomaran en consideración los
miedos de
Cortázar y no se asomaran a una página en blanco cuando el reloj marque las 3 de la tarde, hora escocesa. Hay que ajustar los relojes para no tropezarnos con la muerte, a costa incluso de vivirla como propia, tal como pedía
Rilke. Esas dos opciones tenemos: la muerte súbita del lector que sucumbe a la curiosidad felina y al miedo de sobremesa, o la exagerada y envilecida agonía del chambelán Brigge en Ulsgaard, que no desembocó en la página prevista hasta pasadas 10 semanas y un perro. Morir tal como vivimos o tal como leemos.
Ser o no ser, pero con la calavera en la mano. Hagamos lo que hagamos, siempre acabaremos viajando a Escocia (menos yo, que me vuelvo a la montaña…).