Seis semanas

Annemarie Schwarzenbach (1908-1942)

Hace una semana que regresé de viaje y todavía no he vestido el maniquí, esto es, todavía no he armado el relato. En la memoria tengo un cuerpo desnudo, y en la maleta llevo aún sus ropajes, entre ellos un libro de Annemarie Schwarzenbach, «Todos los caminos están abiertos». Memoria y lectura confluyen en un libro de viajes, un libro que viene dentro de una maleta, un viaje dentro de otro… El Universo se pliega, se esconde dentro de sí mismo, como una matrioshka, o mejor, como la rosa de Rilke: “sueño de nadie bajo tantos párpados”
Bajo todos mis párpados hay una memoria borrosa. Cada día que pasa se hace más imposible volver atrás y restaurarla. Cada día que pasa se hace más difícil vestir el maniquí. A los pies del Hindu Kush, anota Annemarie este lugar común periodístico: “Quédate seis semanas en un país y escribirás con ánimo sosegado un libro sobre el mismo. Quédate seis meses y con suerte lograrás acabar un par de artículos. Si te quedas seis años, no pronunciarás palabra”. En mis cálculos, seis días pesan como seis años. Al igual que la desolada Annemarie Schwarzenbach, tengo la certeza de haber ido muy lejos sin saber nada de mí. De algún modo yo también me siento un niño sin cama, un sacerdote sin iglesia, un cantor sin voz… La única razón del viaje es el despojo, pero siempre hay algo que queremos guardar, porque siempre hay algo a lo que queremos volver (aunque nunca para quedarse más de seis semanas). De eso se trata, de regresar sin expectativa al comienzo del viaje y esperar que en ese comienzo resuene aún nuestro pasado. Así fundamos nuestra mitología. Así vestimos el maniquí: con las alas prestadas de un «ángel devastado».

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