Música triste

“In the Mood for Love” , Wong Kar-Wai (2000)

Anoche estuve viendo “Fa yeung nin wa”, de Wong Kar-Wai, cuya traducción literal (corrígeme, lector, si me equivoco) parece un pensamiento zen: "La magnificencia de los años pasa como las flores". Nada que ver con el alarde sentimental que sugiere ese “In the mood for love” que, no sé por qué, me remite a Duke Ellington. El tradittore vuelve a hacer de las suyas; entra en el jardín a oler las flores, pero termina pisoteándolas. “Casi todo el aroma de Bashō se ha perdido en la traducción”, se quejaba Octavio Paz mientras traducía al gran poeta japonés (quien por cierto tomó su nombre de un árbol).
Resulta extraño hablar de palabras perdidas (y de flores aplastadas) cuando el verdadero lenguaje de esta película se palpa en otras texturas, en el vals de Umebayashi, por ejemplo, cuya lentitud armoniza con la penumbra de aquellos rincones por donde ha pasado ya la vida, pero cuyo recuerdo nos parece todavía una promesa. Quizás no haya música mala (a diferencia de la literatura) si aceptamos que cualquier melodía ramplona es como la magdalena proustiana: el aleph de los días, el lugar donde las luminarias, las lámparas y los veneros de luz que se cobijan en nuestra memoria siguen ocurriendo.
También ocurre la música, insondable medidor de la tristeza, aunque con matices. Para Kazuo Ishiguro, una música verdaderamente triste tiene que ser una música celebratoria, en la que podamos imaginar a dos personas intentando alejar el dolor, sumergiéndose por un momento en las alegrías pasajeras de la vida; sumergiéndose en ese tiempo espectral del que hablaba Quignard, donde no hay relato y la muerte es sólo una oportunidad de placer. En lo espectral el tiempo del amor y el tiempo de la música se parecen; en ambos se diría que ya estemos muertos, como los personajes de In the mood, cuya historia ya ocurrió, pero cuya música aún suena, como los valses de Chopin, esperando el fin de fiesta.

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