Boîte-en-Valise

Stanley Kubrick (1928-1999)

Leo que la editorial Taschen publica en edición de coleccionista el ingente fondo documental que Kubrick guardaba sobre su frustrado “Napoleón”, película faraónica, por el personaje y por el interminable material del que Kubrick hizo acopio. Tal cantidad de información sólo la puede atesorar un maniático, un obseso del detalle, alguien que sospecha que la realidad es un diseño inacabado, alguien que pretende, como Flaubert (otro maniático), que la Naturaleza se acomode a su plan. En esa búsqueda obsesiva el detalle alcanza el tamaño de la obra, la supera incluso, haciéndola irrealizable. Recuerdo aquello que decía César Aira de que los grandes artistas del siglo XX no son los que hicieron obra, sino los que inventaron procedimientos para que las obras se hicieran solas… o no se hicieran. Cualquiera diría que el Napoleón de Kubrick pertenece a esa especie elusiva; creaciones obesas, abotargadas, que no crecen hacia la madurez, sino hacia la monstruosidad. Ahora cobran pleno sentido aquellas palabras de Roberto Calasso, ahora entiendo por qué el cine de autor es un género imposible. El autor, dice Calasso, es un feliz accidente que, de vez en cuando, el cine admite. En las manos exclusivas del autor, una película no se filmaría jamás, se editaría en bellos libros labrados y en ellos quedarían registrados la ambición y el fracaso, hermanos siameses. Gracias al fracaso de este Napoleón conocemos hasta dónde le alcanzaba la ambición al Kubrick fotógrafo, coleccionista, músico, viajero, escritor… De otro modo sólo alcanzaríamos a percibir su invasora fuerza estilística.

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