Tiempo muerto

Yukio Mishima (1925-1970) 


Anteayer, mientras leía algo de Mishima, iba tomando notas al margen, de las cuales surgió el anterior post. Así pasan los ángeles, tengan el sexo que tengan, dejando el rastro de su angustiada belleza en los pies de página. Uno vive de esos cadáveres y escribe sobre las cenizas de sus sueños destruidos, retroalimentando así los propios.
Además de tomar notas sobre la belleza y la fealdad del mundo, quien se adentre en las páginas de La corrupción de un ángel, habrá de abandonar toda esperanza, como en la divisa dantesca, pues sabrá ya que con el final del libro llega también la muerte de su autor, y entonces lee y anota con cierta aprensión, como si se estuviera acercando al oscuro borde de un abismo. Como es conocido, el mismo día en que terminó de escribir la novela que cerraba la tetralogía El mar de la fertilidad (25 de noviembre de 1970), Mishima entró en el cuartel de la División Oriental del Ejército con su milicia privada y, después de dirigirse a los presentes exhortándoles a dar un golpe de Estado, y a la vista de su fracaso, se suicidó mediante el rito del seppuku. Esos, más o menos, fueron los hechos.
Ya en frío, con el libro cerrado y la historia olvidada, uno se cuestiona sobre la escrupulosidad de ciertos actos, los trágicos especialmente, pero también los creativos. Siempre sucede lo más secretamente temido -anotaba Pavese en su última página de diario- pero no antes de atar todos los cabos, porque es a través de los actos completos como la voluntad se impone al destino.
Pavese es otro caso singular de belleza y muerte a pie de página. Ricardo Piglia escribió una de sus mejores piezas fantaseando con la semana transcurrida entre la última página del mestiere di vivere y su suicidio en un hotel de Turín. Para llegar al mismo final que Mishima, más solitario y menos patético, pero igual de voluntarioso, Pavese se concede una prórroga, ocho días de atormentado silencio. De ese modo introduce cierta discontinuidad en el drama, un anticlímax misterioso y una ventana abierta a la ficción. Por esa ventana entra Piglia para cuestionarse y cuestionarnos sobre el tiempo de la duda, la expresión de una mente débil, que es la que finalmente nos salva. No sabemos si Pavese dudaba mientras se mantenía en suspenso; Mishima ni siquiera se permitió esa breve zona gris. Al escribir uno se concede todos los segundos oscuros que aguardan por el destino, por eso implora: Oh Tú, ten piedad ¿Y después?... Y después qué ¿El tiempo de la acción? No, el tiempo del perdón y del coraje. El tiempo de la palabra…

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