Fumar en parágrafos

Marlene Dietrich (1901-1992)

Desde que comenzó el año el paisaje de las mañanas (de mis mañanas) ha ido cambiando casi imperceptiblemente, como cambian las cosas graves. Camino de la oficina veo a los fumadores que salen a boquear al frío y a la intemperie, con su pitillo rápido, como un apurado reflejo eyaculatorio que satisface su necesidad a costa de privarles del placer. Casi todos son mujeres, confirmando eso que Piglia recoge en su Diario, mujeres que salen de sus empleos y encienden un cigarrillo bajo el aire helado, determinadas por la urgencia y la gracia seductora de la adicción. Días atrás leía un llamativo artículo a propósito de la desaparición del estereotipo de la femme fatale, tal vez porque ya no se hace un cine y una literatura tan inocentes. Es lo que tienen los clásicos, una inocencia tan poderosa que acaba con nuestra ingenuidad, condenándonos a un tipo de ironía que destruye nuestra imaginación. Aceptando que ya no habrá más Ava Gardners ni más Marlenes Dietrich, habrá que empezar a trabajarse el mito de la fumadora furtiva para conservar nuestra parte mitómana (esa que nos liga al deseo), aunque la realidad nos indique que las inquietantes fumadoras que Piglia encuentra en los portales son un poco como el viejo campesino que espera a las puertas de la ley en la parábola kafkiana; hasta tienen su cenicero, su mesita y su taburete para languidecer ante la puerta luminosa de un café, una puerta que se cierra sólo para ellas. Se me ocurre que una de esas fumadoras furtivas y fatales podría ser Florence Delay, la académica francesa. Leyendo Mis ceniceros, se despierta en mí una añoranza irreal por el insalubre vicio de fumar, un vicio que, en estos tiempos de arbitrarias e higiénicas prohibiciones, se vuelve tan corrosivo como el sentido del humor. Tal vez por ese camino, por el del humor, por el del vicio solitario, retornemos a los clásicos y hagamos de la incorrección de un libro como Mis ceniceros una obra de culto (se me ocurre otra, Coffee & cigarettes, la película de Jarmusch), o lo que viene a ser lo mismo: un libro tolerado por los no fumadores. De ellos (de nosotros) depende que la lectura se convierta en la última forma de cortesía…

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