Ganar una pintura

Proyecto de viviendas en el area ex-Junghans, Venecia

Me pregunto si es cierto aquello que apuntaba Brodsky: que en todo especulador se esconde un violador, que lo único que separa al capital de la depravación sexual son las metáforas, la alta retórica y el fervor lírico. Hay una vieja virtud en las cosas que permanecen, como la ciudad de Venecia, y una indisimulada corrupción en el deseo de quien quiere transformarlas a toda costa, de quien alimenta sueños, de quien diseña proyectos, de quien ve el futuro como un lugar que simplemente cambia de manos. La verdadera violación es esa necesidad del flujo, de la transacción, el irremediable futuro en el cual todo lo irreal se mueve (el dinero, verbigracia) como obedeciendo a una líbido desatada. En Marca de agua, libro del que ya hemos hablado aquí en otro diciembre, Brodsky dibuja una Venecia que, amparada en su belleza de museo flotante, se comporta como una hermosa doncella que defiende a toda costa su virtud. Acosada por los sueños de grandeza del capital, los envenena y los convierte en ineficaces parlamentos, en una competición viril como la que entretiene a los pretendientes de Penélope. Los sueños arquitectónicos del capitalismo triunfante tienen la naturaleza lujuriosa de lo inútil, de lo que consigue algo peor que aletargar las conciencias, que es violar el paisaje; el museo debería ser su hábitat natural, su burdel, y no una ciudad que al rozar el agua embellece la idea del tiempo, que diría Brodsky. En ese sentido, el arquitecto debería parecerse más al jardinero que al escritor, alguien que, al decir de Cino Zucchi, uno de los pocos arquitectos contemporáneos que han podido construir en Venecia, practica más el injerto que la creación, alguien que, antes de intervenir, estudia el medio y observa la acción del tiempo para conseguir una perfecta integración en su flujo natural. Si los sueños arquitectónicos del capitalismo son como el erotismo de Sade, en palabras de Octavio Paz: un placer que desemboca en insensibilidad, una explosión sexual a la cual sucede la inmovilidad de la lava enfriada, los del arquitecto-jardinero deberían ser como un recuerdo levemente retocado, una veduta. Así el efecto que provoca la intervención de Zucchi en la fábrica Ex Junghans: Ese edificio tuvo mucho éxito -afirma-. Pero yo siempre me he preguntado si no era demasiado dulce. En arquitectura, y en según qué lugares, ocurre como en el cine. Uno debe construir un tipo, un género. Este edificio tenía el agua al lado, tenía la proporción de un palacio veneciano y estaba rodeado de chimeneas. Condensas todas las intervenciones y te sale una nueva con una parte moderna, otra nueva y otra antigua. Un día estaba fotografiándolo y llamé a la puerta de uno de los vecinos para pedir permiso para hacerlo desde su ventana. Una señora, que estaba planchando, quiso saber si era el arquitecto. Cuando respondí que sí, me contó que había sufrido mucho con la construcción. Que temía quedarse sin vistas. Pero que, al final, había perdido parte de la vista sobre la laguna pero había "ganado una pintura". Eso me tocó...

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(Y con esto me despido de vds. Será hasta el año que viene. Les deseo lo mejor, que no es poco viendo la que se nos viene encima...)

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