El intocable
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Tony Judt (1948-2010) |
Anoche leía un interesante capítulo del libro póstumo de Tony Judt (Pensar el siglo XX) en el que se habla de los “Cinco de Cambridge”, los espías ingleses que trabajaron para Stalin. La lectura de ese extracto me hizo recordar El intocable, la estupenda novela de John Banville que leí hace unos años. En ella el virtuoso Banville fantaseaba con la figura de uno de esos espías y nos contaba su agitada biografía, que cruza una parte esencial del siglo XX. Se trata de un ejemplar singular, de un verdadero personaje literario; comunista convencido, homosexual practicante e historiador diletante, experto en Poussin y conservador de la colección de pinturas de la reina de Inglaterra. Su historia, como la del pasado siglo, transcurre entre palacios, museos y campos de batalla (la del presente siglo no transcurre, fluye por espacios virtuales), escenarios donde resulta imperativo llevar una doble o triple vida. Tanto a la literatura como a la historia le resulta siempre útil este enfoque amplificado de la realidad como mera apariencia bajo la cual, como intuía Hemingway, hay siete octavos de iceberg, las profundidades heladas del verdadero relato. Sobre ese tapiz el novelista y el historiador tejen a satisfacción su verdad secreta, más real en la medida en que es más compleja. De la novela de Banville he de decir que lo he olvidado casi todo. Es el defecto de la memoria, que con el tiempo sólo queda una reminiscencia, un destello desgajado de su relato e inscrito en el calendario como efeméride. Creo que era Bioy Casares quien, en su ameno Descanso de caminantes, destilaba esa amargura del olvido lector en un atinado aforismo, pero no recuerdo cuál, lo que, ahora que lo pienso, convierte su cita en una inesperada ironía.
A pesar del olvido, queda en mí la sensación de un personaje poderoso, tallado y detallado por la elegante prosa de Banville, uno de esos seres que se encaraman a la Historia con mayúsculas, como si ésta fuera un caballo salvaje, y consiguen cabalgarla, aunque no domarla, por eso al final acaban en el suelo, con algún hueso roto o con el honor manchado, como le ocurre al personaje de Banville, quien al final de su vida -en el apogeo de la era Thatcher (y esto no es una ironía… o sí)- es descubierto en su doble juego y humillado públicamente ante la Cámara de los Comunes. A partir de ahí empieza su penitencia; esto es: empieza la novela propiamente dicha, una narración que el protagonista, en sus propias palabras, afronta como una forma grotesca de renacimiento.
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Anthony Blunt con la reina de Inglaterra |