Una existencia no percibida
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Vittore Carpaccio; “San Agustín en su estudio” (1502). Scuola di San Giorgio degli Schiavoni , Venecia |
En no
pocas ocasiones me he preguntado sobre la forma (la imposibilidad más bien) de
representar la música en una obra literaria. De hecho tengo por ahí una novela
al respecto que, tal vez por justicia poética, permanece todavía inédita; en
ella pretendía salvar ese abismo representando la música como una existencia no
percibida, al modo de un árbol que cae en un bosque solitario. Tengo ahora en
mis manos un maravilloso libro de José María Herrera que no es que responda a
una pregunta que no se hace de manera directa, pero sí que de algún modo tantea
esa posibilidad. En “Los archivos deAlvise Contarini” (libro que recomiendo con fervor, y no sólo a los
melómanos) se nos sugiere, valiéndose de “San
Agustín en su estudio”, el cuadro de Vittore Carpaccio, la posibilidad de
que, en el fondo, la música sea como Dios: un ente irrepresentable. En
Carpaccio, Dios es la luz que llega de la ventana e ilumina el rostro en trance
de San Agustín presintiendo la muerte de San Jerónimo. Apenas eso; un rayo de
luz: una premonición, una epifanía. Así también la música, que de ese modo se
convierte en una experiencia fuera del tiempo; una experiencia tocada por la
misma luz que ilumina y trasciende un conjunto de partituras, un evangeliario y
una esfera armilar, objetos que, al decir de Herrera, o mejor de su alter ego Alvise Contarini, aluden a la
música de las esferas; “el viejo tema
órfico y pitagórico; (…) un reflejo de la armonía Celeste, y en consecuencia,
de la perfección de la Creación. (…) una música inaudita e inaudible, asequible
sólo al pensamiento”.
Tan
importante como hacerse preguntas (y no poder responderlas) es saber contar historias,
y en eso el libro de Herrera hace gala de una amenidad y una erudición muy disfrutables,
amén de un sugerente juego de apócrifos que recuerda al Borges más enciclopédico.
“Los archivos de Alvise Contarini”,
no es pues una simple pregunta para la que no hay respuesta, sino un conjunto
de pequeñas historias donde se desgrana la gran Historia de la música
veneciana, fijada en el periodo de esplendor de la República Serenísima. Historias
como la del San Agustín de Carpaccio, las exequias en vida de Carlos V, las flores en
la tumba de Monteverdi o la scuole de
San Rocco, que tienen la cortesía de señalarle al lector los lugares donde el
narrador auxilia al historiador completando los vacíos de su conocimiento con hipótesis
plausibles, creando una forma de verdad bien distinta a la de esos contextos ilusorios
que, como se aventura en una jugosa entrevista sobre la figura de Barbara Strozzi
y el olvido en la música, tienen menos
que ver con el pasado que con la administración del presente y el futuro; un poco como nuestra interminable memoria histórica.