El azar como forma de literatura comparada

Diego de Velázquez, Las Meninas (1656)


El azar como forma de literatura comparada… Tal es la propuesta del profesor de la Rica para su ensayo sobre la frontera vasca del Pirineo. Tal es su Órdago. Dentro de lo fortuito, sin embargo, hay un plan, una idea que funciona como la vara de un zahorí, guiándonos hacia lo oculto, hacia lo subterráneo, en busca de ese manantial secreto donde fluyen tanto la verdad como el misterio, a modo de experiencia religiosa. El azar, en ese sentido, es un plan guiado por una intuición poética, que es la que establece esas conexiones inesperadas que, como afirma de la Rica recordando a los surrealistas, son las que ampliaron hasta el infinito el campo de nuestra imaginación simbólica. No conozco mejor forma de estimular esas «conexiones inesperadas» que echarse a andar con la intención de escribir un libro, porque Órdago nace con esa intención, con esa intuición. En la mochila, de la Rica se lleva a Unamuno, a Chillida (precisamente en el análisis de la obra del escultor vasco encuentro, a modo de espejo, mi propósito y mi limitación a la hora de escribir: ese intento de descubrir en cada obra la densidad psicológica y espiritual de su quehacer, sin poder proyectarlo del todo de antemano; ese esculpir el ser en el paso del hacer), a Velázquez o a Florence Delay; y una oración, el Anima Christi, cuya súplica conforta al viajero y le ayuda a establecer una relación personal con Dios. Luego, a lo largo del camino –esto es: en la mesa de disecciones, que diría Lautréamont– aparecen Peter Handke, Henri Lartigue, Gertrude Stein, Hemingway o el ex-Papa Ratzinger; en ellos de la Rica encuentra los chispazos de poesía, las conexiones tal vez inesperadas, pero en todo punto cabales, que cristalizan finalmente en la idea de un País Vasco fronterizo, tan permeable a las identidades múltiples como en el pasado lo fue a las conquistas o los exilios.
Además de una intuición poética y un libro de viajes, Órdago es también un afortunado ejemplo de hibridación entre la narración pura, el ensayo y la autobiografía; escritura transgénero que acaso sea, en estos tiempos, la forma más acabada de lo literario. Como su propio método de escritura, el libro del profesor de la Rica crea en el lector sus propias conexiones inesperadas, en las que los chispazos poéticos revelan su genealogía. En mi caso me remito a la alegría del paseo expresada por Robert Walser, al microcosmos de Claudio Magris (que acaso comparta con Órdago esa advertencia sobre la idea nociva de la identidad: "Si la identidad es el producto de un querer" asegura el triestino "es la negación de sí misma, porque es el gesto de uno que quiere ser algo que evidentemente no es y por lo tanto quiere ser distinto de sí mismo, desnaturalizarse, mestizarse.") o a ese caminante en círculos (en anillos) que fue W.G. Sebald. Precisamente aquel magnífico libro suyo, Los anillos de Saturno, comenzaba con la écfrasis de La lección de anatomía, de Rembrandt, un cuadro que Sebald convierte en el relato terapéutico con el que pretende curarse una enfermedad del espíritu. Algo parecido ocurre en Órdago, donde de la Rica recurre a Las Meninas de Velázquez para plantear su idea de la fusión entre la vida y la obra en términos de corrección, de reescritura, de remodelado, como un pentimento, como un palimpsesto…  El azar como forma de literatura comparada nos lleva finalmente a la interpretación de dos cuadros, de dos imágenes emplazadas en el frontis de un libro, al inicio de un viaje, como sugiriéndonos que el caminante (el peregrino), igual que necesita una oración que lo conforte, necesita también una visión que lo guíe.

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