Verbatim

Elizabeth Hardwick & Robert Lowell

De Elizabeth Hardwick sabía lo que no recordaba: la intermitente relación conyugal que mantuvo con Robert Lowell, hombre autodestructivo y excelente poeta (no sé si en este orden) al que leí con ahínco en mi juventud. Todas las horas que dediqué a la poesía de Lowell y a su rocambolesca biografía, sabiendo que una no se entiende sin la otra, lo hice sin percibir el peso real de esta mujer, con la que se casó tras una crisis de fe y anticipando otra: la que le llevaría a consolidar su estilo. No sé si resulta procedente, pero me gusta pensar que se puede unir con una invisible línea de puntos este camino de perfección: crisis religiosa, vida de pareja y creación artística. De ser así, habría que evaluar la verdadera influencia de Elizabeth Hardwick en la construcción del Lowell poeta, materia que (estoy seguro) ya habrá sido convenientemente tratada en uno de esos sesudos estudios biográficos a los que son tan aficionados los anglosajones (y tan poco los latinos, dicho sea de paso).
Ahora que ya recuerdo lo que sé, me permito volver a la lectura, retomando un libro -este Noches insomnes- que empecé hace meses y abandoné de inmediato. «No es el momento», me dije entonces convencido, y cerré en falso esas noches insomnes, a sabiendas de que la idoneidad de cada cosa se establece siempre mediante pactos arbitrarios. Ahora he vuelto a esta lectura con placer -esa clase de placer que premia la inconstancia- y en el placer he reencontrado la memoria. No sabía que en el fondo de ambos buscaba también lo fosilizado, como apunta Hardwick al comienzo de su novela; personas y lugares densos y revestidos de una forma definitiva… Tuve que cerrar de nuevo estas noches insomnes y abrir el libro de poemas de Lowell, el Lowell tardío de Day by Day, donde toda esa densidad que se presume abigarrada en la voz de un poeta discurre hacia una inmediatez que capta/ cosas en el momento y luego expira… Siempre vamos buscando la forma definitiva, siempre anticipamos esa muerte. Las Metamorfosis de Ovidio, como señalaba Alexander Kluge, se construyen sobre ese subtexto: seres que sufren cambian de forma, por eso las instantáneas de Lowell (y la proteica novela de Elizabeth Hardwick) resultan tan consoladoras. En ellas se desprende la última piel de todo lo visible.

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