Huerto cerrado

Günter Grass (1927). Foto: Joseph Gallus Rittenberg

Leo el avance editorial del diario de Günter Grass. Me llama la atención lo sencillo que resulta escribir un diario cuando uno dispone de un huerto propio. Creo que ambas cosas van de la mano. Claro que para disponer de ese huerto hay que ser un poco Cándido y llegar a la botánica tras haber sido vencido por la historia, la política y el arte, todos juntos o por separado. Tras esa culminación uno puede dedicarse tranquilamente a plantar árboles y, si vive al lado del mar, pescar peces y dibujarlos antes de meterlos en el horno (los dibujos de Grass, como aquellos primitivos rituales de caza en los que se rogaba por el alma del animal muerto para defenderse de su venganza). En plena digestión, con una pipa bailando en los labios, ya se puede disertar sobre la Alemania reunificada (el diario -sutil máquina del tiempo- nos devuelve a 1990) o sobre la escritura de Philip Roth, con estos resultados: «Desde fin de año (hasta anteayer) he estado leyendo la novela "La contravida", de Philip Roth, un libro que estimula la contradicción y se rebate continuamente a sí mismo, y que abusa del judaísmo y el antisemitismo para responder de manera prolija a la pregunta, en realidad banal, de si un autor puede explotarse a sí mismo y a otros (su familia), es decir, para responder como estaba previsto que sí. Pero quizá este libro no me gusta porque no aprecio especialmente a los autores que convierten de forma permanente su propia persona en tema. Incluso allá donde el autor descubre los manejos del ficticio narrador con deslumbrantes y certeros argumentos, el esfuerzo apenas merece la pena; no sorprende que el capítulo sobre Israel, «Judea», resulte pálido comparado con el libro de entrevistas periodísticas de Amos Oz "En la tierra de Israel"». No he leído lo suficiente a Philip Roth para entrar en el debate, y creo que, de haberlo leído profusamente, todavía me sentiría menos capacitado. Cuando uno lee demasiado a un mismo autor ocurre que se va encerrando poco a poco en el capullo de su obra y se transforma en una crisálida ignorante del mundo, que, en este caso, es toda la literatura. Me ocurre con Bolaño, de quien acabo de leer su última novela sin saber más de él que cuando leí la primera. Queda, eso sí, una especie de bajo continuo, una música antigua prensada entre las páginas que suena nada más abrirse uno de esos tomos editados por Herralde. La música como la rosa de Yeats, Red Rose, proud Rose, sad Rose of all my days!... Me pregunto si la música roja, orgullosa y triste de los días le parecerá a Grass digna del esfuerzo que le deniega a la investigación autoficcional o si, por el contrario, seguirá pensando que el autor sólo puede ser el tema de conversación de sus obras si aparece en ellas como sujeto histórico. La respuesta, más allá del huerto.

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