Una comedia banal
![]() |
Michel Houellebecq (1956) |
Quizás
todo lo que se puede decir de la obra y el personaje de Michel Houellebecq esté
dentro de esta perfecta síntesis que J.F.Ferré dejó en Karnaval: “Vengo
aquí”-dice un Houellebecq que Ferré retrata arrodillado en uno de los
últimos bancos de la catedral de Notre-Dame- “cada vez que tengo ocasión en
busca de algo de inquietud metafísica, de un temor reverencial, de una
intuición cósmica, que no encuentro ya en otra parte. Escapo así de la
banalidad, de la trivialidad, del aburrimiento. No creo en nada de esto, no se
engañe, pero esta falta de creencia me conforta, por así decir, me permite
entender lo que pasa aquí durante la misa no como un misterio sino como un
acontecimiento en el que no he sido invitado más que como observador indiferente.
Es un buen papel. En el sexo me pasa cada vez más, no consigo creer en la
comedia en que se funda, pero no obstante sigo empeñado en hallar en él una
revelación que no se produce nunca por desgracia (…)”. Posiblemente, además
de la religión y el sexo, la literatura tampoco se sustraiga a su propia
comedia banal, a su propio ritual propiciatorio, por eso precisamente uno sigue
rezando, jodiendo (con perdón) y escribiendo, esperando por el final de los
tiempos, por la última página, el último polvo o la última plegaria que, al
menos en su agonía, tendrán ese fondo de revelación. El nihilismo de
Houellebecq reside en el acto vacío, en su propia multiplicación banal, cuya verdadera
epifanía es la muerte, por eso sus novelas terminan a menudo de manera atroz,
con un atentado terrorista en Plataforma o con el asesinato de su propio
personaje en El mapa y el territorio. La muerte, otra comedia banal;
autoinmolación en espera de revelación, por eso para su funeral Houellebecq concierta
una suntuosa parodia redentora en la que participan todos los estamentos de la
industria mortuoria, desde el cura que oficia el funeral hasta la directora de
una clínica eutanásica; todos ellos refuerzan su papel de observador
indiferente que ha orquestado su propia desaparición para anticipar su
improbable epifanía.