Quisimos tanto a Mario…

Mario Benedetti (1920-2009)

Empezó como un parpadeo rojo en la pantalla del ordenador. Los heraldos siempre vienen de noche. Los de la muerte, además, se adelantan al sueño para tomar posesión de sus desvelos y quimeras. «Fallece Mario Benedetti a los 88 años…» Dejé lo que estaba haciendo y volví la mirada hacia la estantería repleta de libros. A primera vista no encontré libro alguno de Benedetti. Me sonreí al recordar los versos de Ovidio; ciertos libros (y ciertas mujeres) son más hermosos de espaldas, y esa es la cara que deben ofrecer a los ojos del lector… o del amante: la negra espalda del tiempo. Allí están las citas, los descubrimientos, los subrayados, las digresiones… Si leer es un acto de amor, amar ha de ser una nota al margen, y eso quise recuperar en primera instancia: mis tatuajes en la piel, mis páginas marcadas.
Después de revolver en mi pequeño y recoleto Babel, encontré algunos libros de Mario, libros que ni siquiera sabía que fueran míos y que –peor aún– no recordaba haber leído; las nieves del tiempo platearon sus sienes a conciencia, cosa que me hizo sentir culpable y triste a la vez, por ese olvido que también me olvida. No es cierto que el olvido esté lleno de memoria: está lleno de polvo, pero el poeta aspira a un olvido exaltado y perfecto, irracional, como el acto de amor que nos convoca ante su tumba, y uno, entonces, se siente en la obligación de ofrecerle al difunto esa última perfección inviolable, como al personaje de aquel cuento de Cortázar, sólo que en esta ocasión la muerte llega a tiempo de escapar al destino de víctima. Esa sensación tengo ahora, la de que en su último acto, el viejo Benedetti accedió a morirse para no tener que bajarse vivo de la cruz de mi olvido.

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