Hablemos de Bech


Después de algunos amagos, me he zambullido al fin en la lectura del ciclo de Bech, el escritor judío creado por John Updike. Resulta inevitable que, por afinidad lectora, sobre Henry Bech se ciernan las sombras de Zuckerman, el judío de Roth, más, mucho más rijoso como amante, y al parecer también más eficiente como escritor, o al menos más fecundo. Tal vez una cosa lleve a la otra, aunque esa relación, más propia de un estudio científico que de un trabajo literario, está aún por demostrar. Henry Bech es un ser ubicuo, un judío errante que lo mismo aparece en Tierra Santa, acompañado de una esposa tardía, que en la Escocia de las Clearances (expulsiones masivas de arrendatarios para convertir las tierras de cultivo en tierras de pasto); también en la Europa comunista, haciendo de embajador cultural, o en el profundo Sur americano, ilustrando a unas jovencitas con pocas luces, y hasta en el Swinging London, buscando amor y una inspiración agonizante para una última novela, en un periplo degradante y un tanto surrealista que lo arrastra al pánico y a la melancolía, esa mezcla ineludible de sentimientos y ausencias que uno experimenta cuando está lejos de casa. Más aún, cuando no tiene casa propiamente dicha a la que volver (de ahí que el matrimonio aparezca en la edad tardía como un lugar en el que ponerse a salvo). Sin duda el Bech de Updike y el Zuckerman de Roth tienen rasgos concomitantes, deducibles de su problemática sexualidad más que de su –intuimos– insegura literatura. Pienso ahora en lo que Tony Judt decía de los judíos americanos, apegados a Israel como a una mitología apócrifa, más o menos como si el estado de Israel fuera su Hollywood o su Walt Disney particular (o su Australia, apunta Roth), una creación naïf concebida como reverso de la necesidad trágica que les impone la Historia. Hay algo impostado en esa adhesión que, en términos políticos y económicos, se constituye en lobby, pero que en términos literarios sublima la conflictividad de los lazos familiares. La sexualidad desatada del escritor judío propuesto por Roth y Updike tal vez sea una manifestación de ese conflicto entre individuo y comunidad. Es como si la escritura los acercara al rebaño, mientras que el sexo, en cambio, los separa. Y la soledad, cualquiera que ésta sea, siempre es vulnerable. El adicto al sexo es el mono desnudo que puebla los sueños de vergüenza de la especie. 

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