Años de formación



A punto de terminar la lectura de los diarios de Renzi me llama la atención en Ricardo Piglia esa prepotencia del escritor primerizo, tan seguro de sí mismo, tan engreído, que uno, lejos de irritarse, se conmueve ante ese fanatismo. Leyendo al Piglia de esos momentos, uno se convence de que la modestia forma parte de la mentira. No hay manera de ser humilde sin engañarse a uno mismo, porque ser humilde es una forma de no creer, y esto es así en gran medida porque un escritor, como un deportista, compite; su estilo es su condición atlética, y ésta sólo alcanza su potencial si se mide con los demás. El estilo de Piglia, directo, conciso, afilado y breve, una especie de metal bruñido, luce en sus reflexiones íntimas como los músculos de un culturista bronceado. La seguridad que le proporciona ese vigor le impide vivir la irrealidad del éxito, algo que tiene menos que ver con la gloria que con la alucinación, porque como bien apunta Piglia, el éxito nos escinde, nos divide en dos, crea dos personas, la que es y la que nos representa, y sólo una de ellas adquiere esa conciencia de vivir fuera de sí. Al leer los pasajes de ese Piglia primerizo que termina, repasa, concursa y finalmente publica los cuentos de La invasión, uno tiene la sensación de que todo estaba ya escrito (En mi principio está mi fin, que diría Eliot), de que Piglia no hace sino interpretar el guión de su destino, alimentando al escribir la sensación de estar permanentemente a salvo, incluso en el centro de la bohemia, ese lugar donde no se puede ser humilde…

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