Una incurable lucidez

El triunfo de la muerte. Pieter Brueghel

Hace unos años, en una época especialmente saturnina, estuve en la consulta de un psicólogo (psicóloga) quien, tras varias sesiones de terapia diferidas a lo largo de algunos meses, manifestó su impotencia ante mi intratable e incurable lucidez (o eso dijo ella). Salí de la consulta rumiando esas palabras que eran suyas y eran sobre mí: una verdad compartida; una verdad, pues, a medias. Me recuerdo luego en plena calle, bajo una lluvia fina, sintiendo esa orfandad que se experimenta al final de algo cuando ese algo tiene esperanza de continuidad. Una verdad compartida es, ante todo, un compromiso, pero un compromiso, a solas, es una traición. Recuerdo haber escrito entonces con letra diminuta en uno de esos minúsculos papelajos que uno lleva siempre en el bolsillo (¿Síndrome de Walser?) algo así como que aquel final abrupto de la terapia acababa con el fingimiento, con la burla, con el aburrimiento… pero no con la enfermedad. Contemplado todo esto en la distancia, considero ahora que esta accidental epifanía se ha convertido en ley por la fuerza de los hechos, demostrándome que lo mismo que le ocurrió a mi saturnina lucidez le ocurre también a los viejos amores o a los libros inacabados (por ejemplo): ellos y tantas otras cosas se extinguen como síntoma, pero continúan como enfermedad. La enfermedad pues, o como diría el atormentado Kurtz ¡¡La enfermedad, la enfermedad!! Eso es todo lo que hay, nada más; This is the end… my friend. Poco a poco he aprendido a vivir en ese estado latente, resignado al tiempo unredeemable de T. S. Eliot, su presente eterno y mudo, como la belleza descrita por Baudelaire. Ese tiempo sin tiempo parece hecho a la medida de la prosa de Miklós Szentkuthy, un delirio intemporal y barroco, una larga, inacabable lista, un catálogo falso de todo lo que el fin actualiza y mezcla, de todo lo que, abolido el pasado, sale a la superficie y sobrevive al juicio; la escritura de un náufrago, hecha con la voz simultánea de todos los muertos, su novela sin época y sin épica, hecha como esta enfermedad: con la incurable lucidez de los finales...

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