Enmienda a la totalidad

Thomas Bernhard (1931-1989)

Mañana lluviosa para despedir mis días de asueto. En las casetas de la feria los libros de remate tenían la pátina de polvo humedecida por la lluvia de anoche. El tacto untuoso de sus cubiertas era ciertamente desagradable porque se quedaba en las manos y porque impedía respirar la atrayente carcoma que exhalan los libros viejos. De un tiempo a esta parte a los libros no se les concede el placer de envejecer de forma natural, por eso no me sorprendió encontrar entre el polvo bíblico los Diarios de Iñaki Uriarte, por ejemplo, o la novela del hijo de Romain Gary y Jean Seberg, Alexandre Diego Gary, que arranca con el deseo de una frase irresistible, una frase bien torneada, sáfica y sofisticada, una frase que diera ganas de acariciarla, contra la que uno quisiera acurrucarse, frotarse… Todos los libros deberían empezar así, con el deseo palpable de acariciar la prosa, de cuidar la herramienta de trabajo, aunque luego el objeto de nuestras caricias sea un animal salvaje que saca los dientes y enseña las uñas y que, si nos acercamos mucho, nos araña, nos muerde y nos arranca la carne… Eso suele ocurrir con el animal de la memoria, que de eso trata la novela de Gary. Tal vez, para que la lectura no mortifique nuestra carne, habría que hacer lo que el cascarrabias de Thomas Bernhard apuntaba en Maestros Antiguos, tomarse la lectura en pequeños sorbos, hacer elogio del fragmento, usar esos pedazos no para recomponer la realidad, sino para impugnarla, para lograr una culminación que, en el fondo, es una drástica autolimitación. La vida también lo es, de un modo más natural que la lectura, porque ella misma es una totalidad imperfecta de la que sólo se rescatan fragmentos que es mejor no leer para no tener que someterlos a una revisión defectuosa. Me pregunto ahora si esto es también lo que hago aquí, escribir los fragmentos de una especie de libro caótico y desvalido que funciona como enmienda a la totalidad. De ser así ya puedo asegurar con total certeza que soy hijo de mi tiempo…

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