Földényi y la Ciudad de Dios
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Francesco di Giorgio Martini; Vista arquitectónica (1490) |
La portada de mi edición de El mar de las Sirtes, novela de Julien Gracq, recrea un fragmento de Misterio y melancolía de una calle (1914), de Giorgio De Chirico, uno de esos cuadros cuyo protagonista es una arquitectura vacía; plazas desoladas, vida convertida en sombras que acechan y, a la vez, se mantienen impasibles. Lugares pintados con los ojos del alma, que diría Tauler; el izquierdo, que ve el mundo de las criaturas y el tiempo, y el derecho, que contempla a Dios y a la Eternidad… Las cursivas no son mías, corresponden al análisis pictórico de De Chirico que realiza László Földényi en su breve pero intenso ensayo Los espacios de la muerte viviente. Si algo echo de menos en este estupendo tratado es la mención a la prosa de Gracq, que parece ideada para esos espacios de intersección entre el hombre y Dios, entre el tiempo y la eternidad. Así, cuando en los primeros tramos de su novela el protagonista llega al Almirantazgo descubre una fortaleza que parece una transcripción verbatim de su prosa atemporal, un gigante arquitectónico que parece emerger del sueño del desierto, como un Ozymandias sin memoria de su grandeza, un coloso enterrado en la arena que recuerda también a la fortaleza Bastiani, el reducto ubicado en una frontera muerta, en la que Dino Buzzati (otra ausencia en los espacios de la muerte viviente) hace languidecer al protagonista de esa maravillosa novela que es El desierto de los tártaros.
En su ensayo, Földényi
inicia su análisis arquitectónico a partir de un cuadro de Francesco di Giorgio
Martini titulado Vista arquitectónica
(1490). Como tantas obras maestras del pasado, ese cuadro parece una visión del
futuro (la misma sensación me dejó La
Virgen con el niño y ángeles de Jean Fouquet, pero eso queda para otra
ocasión), una imagen presciente del Apocalipsis, donde, entre los signos de
destrucción, emerge incólume la Ciudad de Dios. El cuadro de di Giorgio Martini
le sirve a Földényi para recordarnos precisamente que esa entelequia de la
Ciudad de Dios es un no-lugar que pertenece tanto a la Biblia como a los nazis,
un ideal de perfección que alcanza lo sublime cuando es capaz de borrar
cualquier rastro de presencia humana. En la Vista
arquitectónica de di Giorgio Martini apreciamos ya la inquietante metafísica
de De Chirico (otra vez el futuro en el pasado, como diría Borges, creando a
sus precursores), pero sometida además a un modo de representación perspectiva,
cuya perfección es la distancia que va de la racionalidad a la melancolía. De ese
hilo, del de la melancolía, tira Földényi para ir de di Giorgio Martini hasta
Kafka, su prosa que, como la mecida barca del trágico cazador Gracchus, abandona
la orilla barroca del sueño que vislumbramos en Julien Gracq para llegar a la
soledad más despojada, la que consigue que la melancolía sea esa sensación de
lejanía que producen las cosas que vemos por primera vez.