langweile

Johannes Vermeer; "La lección de música" (1660)

Una afortunada mención del poeta Pablo García Malmierca sobre Pascal Quignard me devuelve a La lección de música, en cuyas páginas se menciona eso que conocemos desde la infancia y padecemos ahora en circunstancias adversas: la langweile, que dicen los alemanes, el «tiempo largo», que no soporta un segundo sin acción. En palabras del propio Quignard, "la indolencia del aburrimiento", que no es más que "una máscara petrificada en el rostro de la rabia". De un modo u otro todos estamos sumidos ahora en esa langweile, en ese tiempo de la infancia que no soporta la espera; un tiempo que hemos de llenar (esto es, de abreviar) con una música que, más allá del ocio y su visión mercantilizada del tiempo, nos permita estar al acecho y ofrecernos ese tiempo como un relato (y ese relato como un acceso a la realidad del mundo). Claro que para Quignard el acecho es algo armonioso, una espera que juega a favor del destino, tal vez porque la música tensa la espera como la cuerda de un laúd, aguardando un sonido, no un desenlace, por eso hay que consentir en su duración… No sé si nosotros, ahora, seremos capaces de tensar nuestra expectativa en ese espectro del tiempo que, a su modo, produce infinitos, como la aporía de un presocrático. La adversidad, me temo, nos ha vuelto a hacer niños y a desear el aprendizaje en la urgencia de la acción y el juego, y así pretendemos conjurar al destino, como niños que han descubierto en la máscara petrificada del aburrimiento la rabia de su propia incertidumbre.

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