Light gap



En la introducción de "Una vida sin fin", Beigbeder hablaba del light gap, esa postrimería cósmica que abarca el desfase entre la muerte de una estrella y su apagón definitivo. Es un intervalo de eternidad que se mide precisamente en una distancia de años luz, y que se diría que dura más cuanto más lejos llega.
En estos días de encierro uno ve cómo se multiplica ese apagón diferido en multitud de cosas. En las librerías, por ejemplo, en los cines o en las Bibliotecas. Uno sabe que todos esos establecimientos están cerrados, pero hay espacios en los que su luz sigue brillando sin intención lírica, en lugares virtuales, como el Facebook nuestro de cada día, que insinúan que la inmortalidad, lejos del aspecto obsolescente del que hablábamos ayer, también tiene su brecha de luz. Es un poco como en La corrispondenza, aquella película de Tornatore en la que un viejo profesor de astrofísica (Jeremy Irons) convierte la adúltera relación post-mortem con su joven discípula (Olga Kurylenko) en una forma de trascendencia digital. A pesar del romanticismo, asusta saber el modo en que el light gap de los amantes se parece tanto a las siniestras distopías de Black Mirror...
En el desfase digital de esta mañana, el fb de la clausurada Biblioteca Pública de mi ciudad se preguntaba: «Si vivieras en el libro que lees actualmente ¿dónde estarías?». Respuesta rápida: en Hollywood Boulevard, siguiendo las estrafalarias aventuras de un personaje que acude a la meca del cine en una época en la que éste no sólo ha perdido su inocencia, sino que ha olvidado su pasado. Es un poco el Hollywood del último Tarantino, pero sin su ucronía reparadora. Aquí, el que pinta el paisaje es Steve Erickson, y el personaje es un ingenuo y violento mitómano que sufre las consecuencias de su propio desfase: adorar a Montgomery Clift en una época que adora a Charles Manson.
El Hollywood que leo es sin duda un lugar mejor que el que ahora habito, no tanto por su glamour, sino por pertenecer al pasado, una época a la que hemos sobrevivido. Del pasado sabemos sobre todo eso: que es el lugar en el que uno no muere. Tal vez por eso lo idealizamos tanto, por eso transitamos por su desfase, por su brecha de luz, como el personaje de Erickson, con el fanatismo de nuestra ingenuidad, sabiendo que allí todos están a salvo.

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