Prescripciones


Estos días de confinamiento pandémico se nos están llenando de prescriptores, de influencers culturales que si para algo sirven es para recordarnos que eso que llamamos cultura en el fondo está hecho para las catacumbas, las islas desiertas o las celdas monásticas. Allí nos dicen lo que hemos de leer, lo que debemos ver y escuchar como una penitencia para soportar el encierro, para encontrar un punto de fuga a nuestra sobrevenida claustrofobia. El canon de Bloom expande así su franquicia hacia esos espacios claustrofóbicos, e inspirado por un mundo que de repente se ha vuelto más peligroso por ser más inmediato, compone no una obra sino un catálogo, ¡¡y qué catálogo!!: Camus, DeMaistre, Mann o Bocaccio compartiendo su pan con una retahíla de blockbusters catastrofistas, mezclándose con ellos en unas circunstancias que, inopinadamente, reproducen usos ora barrocos, ora posmodernos. El peligro de los catálogos es que son infinitos, porque todos los catálogos son instrumentos borgeanos; bibliotecas babélicas, jardines de senderos que se bifurcan… Entrar en ellos es una trampa, pero también una salvación, porque su laberinto bien pudiera ser esa dimensión que nos salva del tiempo, poniéndonos a resguardo de la prosaica pandemia, sumidos en un inagotable y ameno Decamerón.

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