Lugares donde somos aceptables
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Cuando Jules Renard anotaba en su Diario, un 15 de agosto de 1898: «Quedémonos en casa: aquí somos aceptables. No
salgamos: nuestros defectos nos esperan en la puerta como moscas», seguro
que no pensaba en una pandemia como la que nos está diezmando, sino que su
aforismo era producto de otra clase de inseguridad: la de un hombre que se ve a
sí mismo como un ser mediocre, y también del desencanto de un tipo al que, por la mañana, la vida le divierte, y por
la tarde le aburre. Posiblemente en nuestro encierro involuntario nosotros
también nos veamos como seres mediocres, aunque solo sea por el modo en que la
tozuda realidad está castigando nuestra soberbia, haciéndonos de nuevo sumisos
y mortales. En todo caso me resulta divertido jugar con estas frases de Renard
y bucear en su estupendo Diario,
donde hay hallazgos verbales y morales que proyectan una ironía amplificada por
el paso del tiempo. Allí comprobamos lo obvio: que todo cambia y todo sigue
igual en el paisaje de lo humano, y que la belleza de las palabras que cruzan
el tiempo es también una advertencia. Porque ya sabemos que la poesía, como decía
Celaya, es un arma cargada de futuro, pero tengo para mí que lo es en el fondo
reaccionario de la muerte, que viene a ser como la casa de Renard: el lugar
donde algunos quieren que seamos aceptables.